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Autobiografía de un lector

Actualizado: 20 abr 2023

Después de algunos libros leídos, de una licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas y de algunos meses en la maestría en Enseñanza de Estudios Literarios he llegado a darme cuenta de que la expresión “una vida de lectura” tiene un significado más profundo que el usual de “una vida de retiro y reflexión a la que se entrega una persona”. Esta expresión metafórica se refiere también al aprendizaje lento, artesanal, de la apreciación de la palabra escrita; ese aprendizaje artesanal que va desde la revelación del sentido oculto de los signos hasta el goce estético que despierta una forma de decir, pasando por las reflexiones sobre la condición humana que motiva la ficción, durante ese tiempo absolutamente solitario y silencioso que es la lectura y la escritura. Una vida, ciertamente, porque se pasa de la infancia a la adultez, del asombro mudo y maravillado del niño a la identificación reflexiva de situaciones y emociones humanas que el adulto encuentra. Al menos en mi caso ha sido así: un proceso de crecimiento y desarrollo espiritual.


¿Pero cómo ha sido? ¿A qué o a quiénes debo mi afición y mis afanes por la lectura y la escritura? Y también: ¿por qué razones me sostengo en esta fe en la palabra escrita? Ahora intento responderme —y no por primera vez— estas preguntas, puesto que he hallado en la lectura y la escritura un arte que signa mi vida con un tiempo regido por inicios y finales simbólicos; con una preocupación por la multiplicidad de perspectivas (o puntos de vista) presentes en las relaciones humanas; con la sensibilización hacia las problemáticas individuales y sociales; y con una angustia por la frágil comunicabilidad de la experiencia humana. En todas las direcciones, la lectura para mí es una forma de vida ya, como para otros lo será el amor, la política o la religión.


Regreso a las preguntas: ¿cómo ha sido? Narro fragmentariamente esa evolución con algunas imágenes robadas al olvido:


Interrogo a mi mamá con una cara de incrédula estupefacción al escuchar el final de “La gallina degollada”, de Horacio Quiroga. ¿Por qué los niños mongoles matan a su hermana? ¿Quién es capaz de ese horror? Dudo que pueda dormir con esa imagen en mente. Pero duermo.


Veo a mi mejor amigo deprimido cuando tomamos el camión a la salida de la prepa. Le pregunto por qué, y me responde que Hermann Hesse lo tiene pensativo con Sidharta, Demián y El lobo estepario. “¿Tiene que ser así la vida?”, me pregunta. No sé a qué se refiera, pero deseo sentir eso con un libro.


Logro leer doce libros en el 2004 y al comienzo del año siguiente me pico con La ciudad y los perros de Vargas Llosa, que acabo en un par de días. Más tarde gano el segundo lugar en un concurso de ensayo a nivel estatal: el jurado desconfía de que yo haya escrito el texto, para orgullo mío.


Después de algunos dolores de cabeza por intentar descifrar la historia de Rayuela, la novela va revelándome mi identidad, mi personalidad. Subrayo una, dos, tres, más frases y pienso para mí: “En esto creo”.


Regreso de Monterrey a Querétaro en camión leyendo Sostiene Pereira. Un año atrás terminé mis estudios en literatura y justo regreso de dar un mini-curso sobre análisis literario. Acabo el libro durante el trayecto y al final quiero llorar, porque el personaje me revela mi timidez y mi comodidad para no gritar y cambiar un poco lo mal que está el mundo.


Sorpresas, sospechas, sensibilizaciones, revelaciones, seguridades, frases confirmatorias subrayadas aquí y allá: tal es mi autobiografía de lector. Sería injusto no reconocer el trabajo de los que me rodearon para que esto pasara. Recuerdo ahora a mi mamá cuando nos compraba libros o nos leía para dormir; recuerdo a mi maestra Angélica, que nos instó a componer una antología de textos literarios personales; recuerdo a Andrés, mi mejor amigo, con quien compartí talleres de escritura creativa y mis primeros cuentos y poemas; recuerdo a mi novia (ahora esposa) y a mis amigos de Xalapa, que me dejaron reflexionar con ellos sobre las situaciones que discurrían en ríos de tinta.


Yo soy y he sido una hoja con palabras o frases que ofrecían un desarrollo posible. Las personas que me acompañaron y leyeron el incipit escrito en mí narraron un desarrollo que estaba ya en potencia. Fue su compañía la que escribió el texto incompleto que era yo. Espero ser yo también el autor que intuya las historias por escribir que hay en quienes me acompañan.

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